jueves, 13 de enero de 2011



En Busca de Tejedoras



A diferencia del mar donde la visibilidad puede ser infinita, en el páramo nuestros ojos se encuentran con la maravillosa distracción de gigantes montañas que pueden estar a nuestros pies o cubriéndonos gran parte del cielo. Parados en Mucuchíes, movido pueblo de Mérida, viendo en sentido sur-este, hacia el otro lado del río Chama, hay una cadena de montañas poco pobladas, y una angosta carretera que se pierde entre ellas. Los más aventurados rodamos hasta conseguir la calle que nos lleve al puente que cruza el río y nos encontramos con el letrero que dice Gavidia.
Al principio la carretera nos pone de frente a Mucuchíes, y desde colinas sembradas de papas con pequeñas casitas adornadas de flores, largas tiras de bluyines al sol y campesinos en su afán, descubrimos como Mucuchíes ha sido impactado por la “civilización”. La carretera va culebreando entre caseríos hasta volverse muy angosta y llevarnos a un gran cañón. Con curiosidad y asombro rodamos en automático pendientes de la próxima curva y la posibilidad de otro vehiculo en sentido contrario. Hermosas e imponentes piedras bordean el río que corre debajo de la carretera. Queremos parar para contemplar las enormes lajas de tonos grises pero hay que conseguir un recodo donde poner el carro sin bloquear la vía.
Seguimos y de pronto se abre un paisaje conmovedor. Un valle sembrado, de pequeñas colinas, donde el viento mantiene al ras la vegetación que pelea por sus flores. El silencio, la paz lo pueblan todo, entonces uno se detiene maravillado con esa agradable sensación de privilegio que sentimos los exploradores aventureros.
A pesar de que en Gavidia la gente tiene televisión vía satélite. Es un lugar donde se puede escuchar la naturaleza y a la gente, esa gente sencilla que vive en un mundo tan alejado de la agresividad urbana, que pueden tener la disposición de sentarse a conversar sobre sus vidas y sobre las nuestras, mientras la miradas vagan por el paisaje.
La luz cambia en el transcurso del día pintando las montañas de colores impredecibles, mientras algunas ovejas pastan la pajita paramera. En la noche la temperatura puede bajar a menos de 10ºC y el cielo se cubre completo de estrellas. MIs compañeras de viaje aseguran haber visto un momoe –duendes del páramo.
Al amanecer una parejita de franceses de luna de miel, emprenden otro camino a pie que los llevará hasta Barinas, tres días de viaje pernoctando en casas de campesinos.
Tania, Coco y yo estábamos en busca de mujeres tejedoras y para coronar nuestra aventura, nos encontramos que en Gavidia hay una cooperativa que las reúne. La actividad de tejer se estaba perdiendo, hoy muy poca gente en los Andes venezolanos usa prendas de lana, la mayoría usa fibra polar. En Gavidia queda una matrona, la gran madre que ya cerca de los 90 recuerda cómo en su familia tenían unas cuantas ovejas para lana, y cómo esquilaban las ovejas entre esposo y esposa, para luego separar la lana e hilarla para tejer en telares de madera. La gran madre ha sido quien les ha enseñado a las mujeres de la cooperativa que hoy tienen su tiendita en el caserío. Pero ¿para qué tejer?
En esta vida de agricultores hay mucho trabajo, y en él participan todos en la familia. El dinerito que entra es poco, así que las mujeres se reunieron y decidieron tener otra actividad productiva: tejer. Hoy tienen su tiendita y muchos pedidos. Cada una aportó algún conocimiento y se fueron reuniendo para compartir la actividad que además de tener un objetivo productivo económicamente, se ha ido convirtiendo en una actividad social, un espacio intimo en el que las mujeres pueden conversar sobre su vida, sus problemas, mientras tejen y entretejen sus vidas al calor de un fogón donde mientras tanto se van asando la arepas de trigo.

Escrito para www.codigovenezuela.com

lunes, 3 de enero de 2011


NUEVA ZELANDA O AOTEAROA

Tierra de la Larga y Blanca Nube

Tan pronto se suelta uno a caminar en cualquier ciudad o pueblo de Nueva Zelanda, uno se siente seducido por un mundo donde la mayoría vive sin el estrés de lo que vendrá mañana. Lo kiwis, como se llaman a sí mismos los neozelandeses, tienen la expresión relajada de los que forman parte de una sociedad con sus necesidades cubiertas por el gran esfuerzo que todos han puesto en tener un país productivo donde todos los ciudadanos son respetados por igual, en Aotearoa no hay problemas raciales, ni de estatus económico porque todos tienen lo que han logrado con su esfuerzo y no esperan que les regalen nada por lo que no hayan trabajado. Los ingleses tuvieron que hacer un tratado con los maoríes para establecerse aquí, nunca pudieron someterlos, probablemente sea esta la razón por la cual este país ha logrado una sociedad sensata basada en una historia de alianzas.

El turismo es la gran industria y los kiwis son unos anfitriones cálidos que tienen previsto hasta el último detalle para hacer sentir al visitante cómodo y feliz, dispuestos a sorprenderlo constantemente con algo mejor sea paisaje, deporte, comida o bebida.

El país tiene el tamaño ideal para conocerlo en dos semanas, o disfrutarlo despacito por 45 días o más. Algunos amigos veleristas pasaron dos años compartiendo su vida con los kiwis, porque viajar para muchos como yo, no es una actividad que sólo tiene como propósito conocer lugares y admirar paisajes o arquitectura, sino conocer gente, costumbres, filosofía de vida, tradiciones. Particularmente amo conocer sociedades que admiro para saber como obtuvieron sus logros.

Dependiendo del gusto por el frío o el calor, se puede escoger la estación para visitar y recorrer este pequeño y gran país, cuyo verano nunca será muy caliente, e invierno con montañas nevadas cuenta con pistas de esquí para todos los niveles de destreza.

En mi recorrido de Norte a Sur mi asombro iba del “oh” al “wuao” pensando que había visto el lugar más bello el mundo, pero no, unos kilómetros mas tarde vería uno mejor, y mejor y mejor, entre sorbos de vino que producen también constantes gemidos de placer “mmm” porque los kiwis producen deliciosos vinos, siendo su especialidad el Sauvignon Blanc seco y delicado de los viñedos de Malborough. Con la boca hecha agua por las de delicias en sus frutos de mar, o mi favorito, los platos en base a carne de venado siendo el carpaccio el que me causó mas suspiros. Descendientes de ingleses, la producción de buena cerveza es también su orgullo. En un soleado mediodía de primavera mi amiga Cynthia y yo, saboreamos una exquisita rubia que sale directa de un sifón conectado a los barriles de una pequeña fábrica de cerveza, ubicada en el viejo edificio de una antigua universidad, que es hoy un centro cultural, junto con decenas de kiwis asoleándose entre sorbo y sorbo, mientras músicos espontáneos se alternan.

Teniendo buenas tierras para viñedos, también cultivan buenos olivos, así que una actividad gastronómica deliciosa, es visitar olivares y probar diferentes tipos de aceites y productos hechos con él. Algunas de las granjas que producen vino y aceite de oliva, tienen magníficos restaurantes ubicados en zonas desde donde se puede uno deleitar con el paisaje de los olivares, los viñedos y el mar, por eso en Nueva Zelanda se puede vivir el festín de los sentidos.

Pero no son grandes anfitriones solo de viajeros y turistas, también los son de inmigrantes con la disposición de trabajar y contribuir con la estabilidad económica del país. Igual que los australianos sienten especial simpatía por los latinos y practican la inmigración selectiva. Ofrecen un visa que se llama Tourist Working Permit la cual permite que estudiantes hasta los 30 años puedan pasar un año paseando y trabajando. Lamentablemente los ciudadanos de Venezuela y Bolivia no pueden gozar de este privilegio. Los lugares con mayor atracciones turística están llenos de argentinos, brasileros, colombianos, chilenos, centroamericanos e ingleses, que prefieren trabajar en estos lugares a diferencia de los kiwis.

Nueva Zelanda llamada por sus descubridores polinesios Long White Cloud o Aotearoa, porque esa fue la primera visión de aquellos que llegaron allí remando desde Tahití, es un lugar para disfrutar sin formalismos y entregarse al placer. Pero también para conocer a una sociedad que en apenas a unos 200 años de fundada, pertenece al primer mundo.

María Inés Calderón (Para Codigo Venezuela diciembre 2010)