jueves, 3 de febrero de 2011

Merodeando Por Los Pueblos De Los Incas



Aterrizo en Cuzco a las 8 a.m. del martes y de inmediato al ver a Gina mi operadora turística, apago el suiche caraqueño y me entrego a un servicio eficiente y afectivo que promete momentos de placer. Gina me había llamado a mi celular en Caracas, para confirmarme que estaría esperándome, con la típica cortesía almibarada de los andinos peruanos, y que al llegar me pone en un cómodo alojamiento donde todos nos ofrecen dedicación absoluta, camas con edredones y almohadas de plumas, bolsas de agua caliente en los pies, chocolates, toallas y batas de baño mullidas para descansar luego de largas caminatas por ruinas llenas de dolor e historia.
A pesar de ser época baja en diciembre, hay bastantes turistas, sin embargo no hay caos, la limpieza y el orden son absolutos. El servicio de guías y restaurantes, es tan esmerado que parece que el director de escena ha dado sus instrucciones exactas. La puesta en escena tiene sus actos cronometrados y en varios idiomas para que nadie se pierda de una línea de historia. “Cada eslabón en la cadena es importante para que todos tengamos éxito en esta industria que beneficia al país” Me dice Paúl, nuestro guía en Machu Pichu, mientras en la calle policías de azul persiguen a indiecitos que a su vez persiguen a los viajeros ofreciendo artesanías. “No molestes, no ve que están paseando” “¡Oye tú ¿qué estás haciendo? ¿Acaso no sabes que está prohibido vender así, persiguiendo?!”, “Señora no le compre, está prohibido, es injusto con los que pagan por tener sus tiendas” . Pito en mano Cuzco está limpia de buhoneros que estratégicamente se resuelven entre las columnas de las callecitas coloniales. Caminar no es peligroso. Nadie quiere que alguien se lleve una mala impresión y se les eche a perder el negocio a todos.
En cuatro días subimos y bajamos los altos peldaños de las ruinas incas conmovidas por el paisaje y el esfuerzo de una cultura que sin conocer la rueda, construyó un imperio. A mi me tiene fría y corroída de envidia la organización, la cortesía, la puntualidad de los peruanos que trabajan en la industria turística. El tren que va de Cuzco a Aguas Calientes, pueblito al pie de Machu Pichu, y que cuesta $US 150, los vale por cada kilómetro que recorre a la velocidad ideal para disfrutar el paisaje, con enormes ventanas y techos transparentes mientras elegantes tripulantes atienden a todos con discreción, poniendo manteles individuales en mesitas de madera para un desayuno cinco estrellas, mientras uno va sobrecogido por un paisaje de valles sembrados de papas, maíz, quínoa, cebolllines, custodiados por gigantescas montañas, y regados por el río Urubamba, donde no hay basura, como no la hay en la carretera, ni en las calles, ni en la estación del tren, ni mucho menos en la ruinas.
En esta gran producción en serie que es llevarlo a uno por los pueblos de los incas no hay fallas, todos trabajan concientes de la importancia que tiene cada uno de los que paseamos sus tierras, de la propaganda boca a boca, de dejar al turista más que satisfecho para que vuelva y anime a otros a venir.
Perú es mucho más pobre que Venezuela y más poblado, sin embargo no tiene inflación, su economía ha crecido en los últimos años, el porcentaje de pobreza ha bajado considerablemente, y su gente está conciente de que hay que trabajar duro para vivir mejor. El esfuerzo de los incas pervive en esta sociedad donde nadie se queda en casa esperando una bequita.

Escrito para www.codigovenezuela.com

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